Repensar la sociedad tras la pandemia

Personas albergadas en Santo Tomás, San Salvador, El Salvador, Centro América. Fotografia: FLM/SM CA/Zoraya Urbina

 

 

Le invitamos a leer esta reflexión en este contexto en el que la pandemia provocada por el COVID-19 ha cambiado nuestras sociedades.


La actual situación de pandemia nos ha puesto en un escenario que nos saca de nuestras cotidianidades, no porque no estuviera anunciada, sino porque no habíamos querido darnos cuenta de que la única manera para seguir era cambiando nuestros modos y estilos de vida.

El COVID-19 ha dejado a la vista lo que no queríamos ver: La desigualdad de las sociedades en las que quienes tienen recursos económicos pueden quedarse en cuarentena, mientras que las y los demás, que son la mayoría, tienen que exponerse a los contagios para salir y ganarse unos centavos para tener lo mínimo necesario porque el dilema “Morir de hambre o contagiarme” tiene una sola respuesta: No dejar a la familia padecer.

De acuerdo a Naciones Unidas: “Las medidas de confinamiento y de contención para hacer frente al COVID-19 amenazan con aumentar los niveles de pobreza y la vulnerabilidad de los trabajadores de la economía informal a nivel mundial. En los países de bajos ingresos, el aumento de la pobreza relativa entre los trabajadores del sector informal puede alcanzar hasta un 56%”.

Nuestras economías con un alto índice de micros y pequeñas empresas, con un número no contabilizado de comercio informal se vuelven débiles. La Organización Mundial del Trabajo indica que en 2020, más de 2,000 millones de trabajadores se ganan la vida en la economía informal.[MR1]  En los países de bajos ingresos esto es el 90% y el 67% en los de ingresos medios[1].

En estos países, las mujeres están más expuestas que los hombres y son las que más se exponen a trabajar en condiciones precarias, sin protección social o medidas de salud y seguridad que garanticen sus derechos.

También, la pandemia ha dejado expuesto que la poca inversión que se hizo en los sistemas de salud en los años anteriores, no fue la decisión correcta. Los hospitales carentes de medicamentos, de una infraestructura adecuada, de equipo médico básico, no logran responder a la demanda de infectados por el virus que ha cobrado millones de vidas y que, en gran parte, deja fuera de atención a quienes padecen de enfermedades crónicas y no han recibido atención porque la prioridad son los infectados por COVID-19.

Sin contar el personal de salud que trabaja en primera línea contra la enfermedad, a riesgo de su propia vida. Jamás los estados se preocuparon por ofrecer salarios y prestaciones equivalentes al esfuerzo y al riesgo que corren estos servidores públicos, quienes son parte de uno de los sectores con mayor número de decesos en esta crisis.

Preocupante también la poca empatía con las personas contagiadas, quienes, en muchos casos han sido víctimas de ataques y discriminación. Igualmente, esta situación ha expuesto la violencia que viven muchas mujeres y niñas, y personas de la comunidad LGBTI, incluso ONU Mujeres la califica como “una pandemia dentro de la pandemia”, [2] “Incluso antes de que existiera el COVID-19, la violencia doméstica ya era una de las violaciones de los derechos humanos más flagrantes. En los últimos 12 meses, 243 millones de mujeres y niñas (de edades entre 15 y 49 años) de todo el mundo han sufrido violencia sexual o física por parte de un compañero sentimental”, indica.

Es urgente poner el interés público, el de las mayorías, por el de las ganancias que solo favorecen a un pequeño sector de la población, fenómeno que no es exclusivo de alguna región particular. De acuerdo con varios economistas, la forma de vida que se ha tenido hasta ahora es insostenible y solo haciendo cambios sustanciales y reales evitaremos una catástrofe.

La inversión pública y la inversión privada deben poner al centro a la persona humana, y deben ser inclusivas para que sea sostenible, escuchando las voces de todos los actores sociales para que se empiece a construir una sociedad más justa, que centre sus esfuerzos en favorecer a los más vulnerables y pasar del discurso a los hechos.

No debemos dejar de lado la problemática climática, toda vez se haya superado la pandemia, porque si bien en el momento actual lo principal es superar la crisis, que las economías se mantengan a flote y que las poblaciones más vulnerables sufran lo menos posible las consecuencias de la pandemia, no podemos ignorar el cambio climático con todas las consecuencias que tiene   y la responsabilidad, sobre todo, de los países con mayores ingresos para frenar una catástrofe, en la que las mayorías serían las más afectadas.

De otro modo, estamos al inicio de un camino irreversible de la autodestrucción de la humanidad. Aunque estas palabras se lean trágicas, si el ser humano no inicia por respetar los derechos de todos los seres vivos, de la Naturaleza, y dar el lugar que corresponde a cada uno en un mundo que no es exclusivo de los seres humanos, los estragos que está dejando el COVID-19 serán mínimos en comparación de lo que puede ocurrir sino paramos el sistema consumista y voraz que nos ha llevado a donde estamos ahora.

Esta experiencia nos debe abrir los ojos e impulsar para construir sociedades más justas para todas y todos. Hemos visto que ni todo el dinero y poder han podido controlar la pandemia, por el contrario, esta situación que abarca a toda la humanidad nos deja muchas lecciones sobre las cosas que el hombre no puede controlar.

Solo con la sororidad y solidaridad, la inclusión, el respeto a todas las formas de vida, a la diversidad, a las diferencias y a las diversas cosmovisiones podremos mejorar y avanzar hacia un mundo donde haya espacio y lugar para todos los seres vivos.

 

Contacto:

Unidad de Incidencia y Comunicaciones

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de todos los trabajadores, verdad? Informales y formales [MR1]